Los mercedarios somos conscientes del precioso legado que hemos recibido de nuestros antepasados para el bien de la Iglesia y del mundo. Sabemos que no somos mercedarios para nosotros sino para los cautivos, y que esta oferta de libertad cristiana debe perpetuarse en la Iglesia como signo de lo más genuino del Evangelio y esperanza de toda la humanidad. Desde esta fraternidad, la obra redentora se hace consistente, ayer como hoy. Y la acogida de nuestros jóvenes supone entusiasmarles con la liberación en las nuevas formas de cautividad.