¡FELIZ DÍA DE LA VIDA CONSAGRADA!
Roma, 02 de febrero del 2014
PP. Provinciales y
Religiosos de la Orden de la Merced.
Presente.-
Estimados hermanos en la fe de Cristo Redentor:
Como todos los años, en mi servicio de animador de la Vida Religiosa en el camino mercedario, saludo a todos ustedes en este día domingo que estamos celebrando la XVIII JORNADA MUNDIAL DE LA VIDA CONSAGRADA. Eucarísticamente hablando, celebramos la Fiesta de la Presentación del niño Jesús al Templo; motivo por el cual, reiteramos nuestra fidelidad al Señor de la Vida y de la Historia en sentido de consagración.
Efectivamente, hoy es un bonito día para celebrar el don de la vida e invitar a todos a decir ¡Alegraos! en consonancia con la plegaria del Papa Francisco, quien nos invita a expresar en voz alta nuestra acción de gracias a Dios. Con la alegría que nos caracteriza, como religiosos consagrados en la Orden de la Merced digamos: Gracias Señor, por habernos llamado a la Vida fraterna en comunidad!. En verdad, pienso que a pesar de las diferencias, dudas y soledades que a veces experimentamos en este mundo globalizado, hoy más que nunca, es un momento propicio para agradecer a Dios por todo aquello que va significando nuestra entrega, donación y consagración al Señor.
Recuerdo cierto día, que un amigo y joven sacerdote me dijo: ¡que hermoso pensar que somos religiosos y sacerdotes, son cosas que a veces no valoramos al cien por ciento; si uno se diera cuenta de todo esto, sería más santo, más religioso y más sacerdote al servicio del pueblo de Dios!.Y pensar que los sacerdotes celebramos y servimos “in persona Christi”!.
Creo que este breve diálogo y discernimiento debe ayudarnos a profundizar el significado de nuestra profesión de los consejos evangélicos de pobreza, obediencia, castidad y cuarto voto de redención, con carácter temporal o solemne, de acuerdo a nuestros niveles de formación inicial o permanente. Desde ya estamos invitados a excavar nuestro propio pozo para revisar nuestra vida consagrada, en línea de llamada y respuesta al Señor.
Bien sabemos, que la Fiesta de la Presentación nos permite celebrar el «Misterio de la Consagración». De tal modo, que en esta hora de la Luz, cuando cantamos: Oh luz radiante, eterno esplendor del Padre, Cristo Señor inmortal, el gesto litúrgico nos invita a tener las velas encendidas en nuestras manos para caminar procesionalmente e ir al encuentro del Señor, quien cotidianamente nos sigue llamando a salir de nuestras instalaciones para ser signos y testimonios de su amor entre las gentes.
Hoy, la liturgia de la Palabra nos muestra como María y José, en obediencia a la Ley mosaica, llegan al Templo de Jerusalén para ofrecer al niño Jesús; tal como lo ha expuesto el evangelista san Lucas en un momento de encuentro y profecía inspirada por Dios (cf. Lc 2,22-35). Esta iconografía lucana, nos permite entender la alegría del pueblo de Dios que ve al Mesías de Israel esperado. Por ello, ahora se puede descansar en paz, porque nuestros ojos han visto al Salvador, que es la verdadera Luz que ilumina todas las tinieblas (cf. Lc 2, 29-32). Por tal motivo, el tema de la Luz que ha caracterizado el ciclo de las fiestas navideñas hasta la solemnidad de la Epifanía llega a iluminar esta fiesta, cuyo gesto ritual muestra la continuidad del mensaje divino entre lo que significa el encuentro entre el Antiguo y Nuevo Testamento recreados en la persona del viejo Simeón y la joven María, madre del Señor.
Sin lugar a dudas, la singular acogida del anciano Simeón y la profetisa Ana, quienes por divina inspiración reconocen al niño Jesús, como el Hijo de Dios, nos ayuda a entender el rol profético del pueblo de Dios en camino de evangelización. Por ello, nuestra acción de gracias a Dios por el don de la Luz, que sigue brillando en las tinieblas, y continúa acompañándonos en el camino de la misión.
En efecto, el episodio evangélico que he mencionado anteriormente constituye una significativa imagen de la donación de la propia vida por aquellos que han sido llamados a representar a la Iglesia en el mundo, mediante los consejos evangélicos; que son las características del mismo Jesús, virgen, pobre y obediente. De esta manera, reconociendo a Jesús como el consagrado del Padre, celebramos el misterio de nuestra consagración religiosa y sacerdotal, cimentada en los modelos de consagración realizada por Cristo, por José y María, y de aquellos que siguen las huellas de Jesús por amor al Reino de los cielos.
A través de estas líneas, les manifiesto que es una ocasión propicia para recordar la intuición del beato Juan Pablo II, quien desde el año 1997 celebró la primera Jornada de la Vida Consagrada, la misma que nos orientaba a tener en cuenta: la exigencia de alabar y dar gracias a Dios por el don de este estado de vida que pertenece a la santidad de la Iglesia. No cabe duda, que celebrar este día nos compromete a valorar la fe, la fidelidad y el testimonio de todos aquellos que hemos elegido seguir a Cristo mediante la práctica de los consejos evangélicos, promoviendo el conocimiento y la estima de la vida fraterna en comunidad entre el Pueblo de Dios.
Desde esta Casa General inmersa en la ciudad de Roma, les auguro los mejores parabienes a cada uno de ustedes, en el caminar de la consagración, formación y apostolado de lo que significa ser merced de Dios para los hombres y mujeres de buena voluntad. Que la Virgen María, en la advocación de nuestra Madre de la Merced, discípula, sierva y madre del Señor, los acompañe en el camino de san Pedro Nolasco, quien por amor a los cautivos, nos sigue invitando a «entregar la vida si fuere necesario» (COM 4,14), por aquellos hijos de Dios en peligro de perder su fe. Que nuestra VIDA CONSAGRADA no desmaye jamás; al contrario, que sea expresión de la bondad, fortaleza y servicio que nos viene del mismo Señor Jesús.
Vivamos en fraternidad mercedaria (COM 25-32) y sirvamos con caridad al prójimo (COM 17-20), “habitando en la casa del Señor, todos los días de nuestra vida” (Sal 26,4).
Mercedariamente:
P. Fr. Juan Carlos Saavedra Lucho, O. de M.
Consejero General de Vida Religiosa