“Mi vida por tu libertad”
Prot. 43/2011
A toda la Familia Mercedaria con ocasión de la
Fiesta del Santísimo Redentor
Muy queridos hermanos y hermanas, con ocasión de la fiesta del Santísimo Redentor, quiero compartir un cordial saludo y anhelos de fidelidad al carisma liberador que hemos recibido. Las Constituciones de la Orden de la Merced nos dan el marco apropiado para animar esta celebración, al recordarnos que “tenemos como maestro y modelo a Cristo Redentor que con su muerte nos ha liberado de toda esclavitud y estamos dispuestos a seguirlo sacrificando hasta la propia vida en el ejercicio del ministerio redentor” (COM. 6).
En muy pocos años, apenas siete (1218 – 2018), celebraremos el Jubileo del Octavo Centenario de nuestra fundación. Será esta, una maravillosa ocasión para acoger la provocación del Padre por el Hijo en el Espíritu Santo y re-ilusionarnos con el amor del principio. Vigorizaremos entonces, la unidad en el servicio porque nos encontramos cara a cara con Él, “que continúa padeciendo en los cristianos oprimidos y cautivos, expuestos a perder su fe” .
Deseo compartir algunos aspectos de la intimidad de Cristo en nosotros:
1. La ley de la encarnación
Nuestro Señor Jesucristo, encarnado en el seno de la Virgen María por obra del Espíritu Santo, nos marca el horizonte en la consagración bautismal que se plenifica luego en los consejos evangélicos que profesamos en la vida religiosa. Somos, desde ese momento, “espacio con-sagrado” por y para Dios desde el Pueblo de Dios que se nos ha confiado. Pueblo - comunidad de personas con nombre y apellido, con rostros muy concretos, con historias muy diferentes, con luces y oscuridades.
La encarnación para nuestro Señor Jesucristo, no fue un mero gesto filantrópico para con la humanidad. Fue actitud de vida, donación plena de lo más suyo, fue gesto asociado a la donación intrínseca de amor entre las personas divinas. El amor no se comparte solo en acontecimientos extremos de des-amos. El amor verdadero es patrón y paradigma personal para quienes dan y reciben, aquello que son y tienen, sin esperar nada a cambio y en toda circunstancia.
Este paradigma de la donación plena por amor y para amar, que sobrepasa el límite de reciprocidad del “doy para recibir” es el que mueve a Jesús. Su actitud mesiánica, acoge libremente la ley de las desproporciones, del amor sin razones, para “dar sin esperar nada a cambio”. Éste es el eje vertebral de la Merced, nacida del costado abierto del Redentor y del corazón traspasado de la Madre Virgen.
La ley de la encarnación, es para los mercedarios un patrón o paradigma irrenunciable. Un aspecto de la vida que no se negocia bajo ningún concepto, porque hemos nacido en el núcleo mismo del amor ofrecido: “no hay mayor amor que dar la vida por los cautivos” y SOMOS Merced, como SOMOS amor ofrecido por aquellos hermanos cuya Fe está amenazada. Con nuestro estilo propio, queremos vivir “sellados con su sangre”, para ofrecer el luminoso testimonio de la entrega radical donde nos manden, donde hagamos falta, donde la libertad nos reclame. En tal sentido, si “...los mercedarios creemos que nuestra misión liberadora pertenece a la naturaleza de la Orden y la ejercemos en nombre de la Iglesia, de una íntima comunión con Dios y una real encarnación en las necesidades de los hombres” (COM 13), no podemos ceder sin más, a los caprichos personales de lugares, tareas o personas. Necesitamos volver a nuestro centro para saber dónde debemos asumir las presencias, cuáles serán los ejes de nuestra espiritualidad, en qué trabajos pondré mis mejores energías al servicio, con qué criterios orientaré mi formación académica y a dónde destinaré los principales recursos de la comunidad.
La actitud de encarnación, heredada de Jesucristo, Redentor del hombre, supone igualmente, que seamos capaces de adentrarnos en culturas y pueblo, no como meros entrometidos, sino con actitud dialogante, servidora y cordial. Allí nos reencontraremos con las “semillas del Verbo” esparcidas en las nuevas geografías del sufrimiento, entonces con sencillez tendremos la gran oportunidad de compartir la Buena Noticia de la libertad.
La encarnación comienza por casa. Por la comunidad, por los más próximos: hermanos/as, amigos, compañeros de camino. Allí la encarnación se reviste de fraternidad donde unos y otros tejemos “la trama” de la unidad en el servicio. Los mercedarios no somos solitarios. A cada instante, el Señor nos invita a deponer las fuerzas del aislamiento para “hacer la comunión” desde la actitud permeable y abierta de quienes dejan entrar a los amigos a su casa-hogar de los cautivos. Sabemos que hombres o mujeres encerrados en “la cueva” de su propio yo, de sus habitación, de sus casa, de sus pastorales o parroquias, difícilmente descubrirán la belleza del mundo que nos fue puesto por delante para transformar, tejiendo redes, generando mutuo sostenimiento, desde la necesaria complementariedad de dones, vocaciones y ministerios en el Pueblo de Dios. Nuestra encarnación, a imagen de la del Maestro, comienza en la comunidad con permanente dinamismo hacia afuera, evitando “endogamias estériles y paralizantes” y favoreciendo una madura actitud de apertura al mundo. Incluso los hermanos y hermanas enfermos son capaces de esta apertura, cuando ofrecen sus dolores por la humanidad sufriente y desde su lecho de dolor, son capaces de sumarse a los que gestionan la libertad de los cautivos en las calles.
2. Jesucristo, nuestro Redentor Universal fue experto en opresiones
Teniendo como centro y modelo a Cristo Redentor, seremos capaces de priorizar en lo cotidiano de la vida, particularmente en la formación de nuestros estudiantes o de nuestro laicado, las opciones claras que orientes nuestras presencias hacia una renovada significatividad carismática, allá “donde la libertad de los hijos de Dios, está amenazada”. El experto en opresiones, Jesucristo, nos indicará “qué” no debemos dejar pasar, “cómo” podemos ser presencia, “cuándo” es necesario asumir samaritanamente los retos de la libertad, “dónde” nos necesita el Señor y la libertad nos reclama, “con quiénes” debo contar en esta nueva empresa de libertad .
Un mercedario/a a quien Jesús “le llegó hasta la médula”, será un hombre, una mujer de grandes pasiones, no un híbrido. Pasiones que, ordenadas por la gracia y el propio empeño de transformar el mundo por amor, le harán palpitar en cada servicio que asume en nombre de la comunidad, una auténtica y visible “pasión por Cristo y pasión por la humanidad”. El seguimiento de Cristo es de apasionados, no de quienes “han firrmado un contrato tácito” para dejarse llevar en “piloto automático” hacia donde el “conformismo” lo lleve, sirviéndose de aquello que la vida buenamente le regaló.
Un mercedario a quien Jesús le curó las heridas, se vuelve irremediablemente un buen samaritano. Se hace vecino, prójimo, compañero de camino y es capaz de dar más de lo que puede recibir con tal de poner de pie a personas, a comunidades, de dejarse poner en pié él mismo. Es un hombre, una mujer que “se educan para ver en el sentido de descubrir las nuevas formas de cautiverio, en medio de una sociedad y de una historia que es aún muy opresora” . Se educa para juzgar; “ sabe discernir las formas y las causas del nuevo cautiverio. (...) No actúa de forma simplemente ciega, impulsiva, desorganizada. Sabe planificar su acción y realizarla de un modo efectivo, siguiendo así el ejemplo de nuestro Pedro Nolasco” . Es alguien que se educa para actuar; “no es simplemente un teórico que marca los planes y traza las tareas, para luego quedar fuera. Por compromiso de su mismo cuarto voto, el mercedario es un hombre que se compromete en la acción liberadora” . Capaces de gestionar, de hacer que las cosas sucedan, en pos de la libertad de los hermanos.
3. Personas cristificadas y cristificantes...
La Palabra de Dios nos confronta con la persona de Jesús al recordarnos: “Tengan entre ustedes los mismos sentimientos de Cristo: El cual siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios. Sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz” (Fil. 2, 5-11). El seguimiento de Jesús en la Orden de la Merced, tiene un carácter totalizante . Implica la entrega de la propia vida como precio de un rescate. Darlo todo, sin guardarnos nada. No bastan las entregas parciales, no alcanzan las entregas por partes, son insuficientes las entregas a medias donde me reservo algo para mí, por las dudas o por si hiciera falta. Se trata de entrega martirial, sin reservas, hasta la médula, signo mayor de la santidad en la Iglesia: “Los mercedarios especificamos nuestra consagración religiosa con el voto de redención en la línea del martirio, considerado por la Iglesia como un don eximio y la suprema prueba del amor;...” (Cf. COM. 22). Se trata de ser testigos de Cristo con la propia sangre, “esto que soy, eso te doy”. Esto no es poesía, ni literatura de epopeya, debo aclarar. Tampoco, como podría parecerlo en “la pluma” de un maestro general, es mera declamación de solemnes cánones constitucionales; es mas bien, proyecto de vida a imagen de la primera comunidad de mercedarios/as;
es escuela de servicio de acuerdo a los valores del Evangelio;
es itinerario de asimilación de los aspectos no renunciables de nuestra consagración;
es proceso de conversión y cambio hacia una auténtica amistad con Jesús;
es laboratorio de una espiritualidad mercedaria unificada: hijos de la tierra e hijos del cielo;
es taller de fidelidad gozosa que nace de caídas y levantadas;
es aprendizaje creativo que hace frente a la realidad cambiante que nos toca;
es provocación para asumir una espiritualidad mercedaria en tensión dinámica: místicos y profetas.
La Merced discípula de Cristo, es una opción de vida que convoca e incluye a todos los hermanos/as, porque es de cristificados re-inaugurar la “fiesta de los redimidos”, en un mundo donde nadie sobra, donde nadie está de más, donde nadie se siente extranjero, donde todos hacemos falta y somos esperados.
Que Aquel, a quien nombramos solemnemente en la doxología final de las plegarias eucarísticas, proclamando: “por Cristo, con Cristo y en Cristo...”, selle con nosotros una amistad sin límites que nos haga en el mundo, sencilla expresión del “Amor de los amores”. Con el compromiso de orar unos por otros y servir siempre a los hermanos, los bendigo en el Hijo Santísimo de María.
A 9 días del mes de julio del Año del Señor de 2011, Fiesta del Santísimo Redentor y a 793 años de la fundación de nuestra Orden.
Fr. Pablo Bernardo Ordoñe, O. de M.
Maestro General