Con Cristo Redentor, María de la Merced y san Pedro Nolasco en fraternidad y servicio.
Prot. 23/2018.
CARTA A LOS RELIGIOSOS Y SACERDOTES DE LA ORDEN
AL CELEBRAR LA SEMANA SANTA Y LA RESURRECCIÓN DEL SEÑOR
Estimados hermanos:
Durante estos días hemos pasado del desierto cuaresmal a Jerusalén, junto con Jesús nos hemos preparado durante cuarenta días con signos de penitencia, reflexión, ayuno, oración, abstinencia y solidaridad con los más necesitados. Después de este tiempo de preparación personal, hemos dejado la periferia, el monte, los lugares desérticos para encontrarnos en la cosmopolita ciudad elegida por Dios para vivir y experimentar in situ la centralidad de la hora de Jesús.
El domingo de Ramos hemos entrado con el galileo a la ciudad santa de Jerusalén, hemos vibrado de alegría y emoción, hemos cantado en voz alta ¡Hosanna al rey que viene, Hosanna al Hijo de David! De esta manera, recordamos -lo que hemos visto y oído- como dice el evangelista san Juan, por ello -lo anunciamos- en este tiempo de Semana santa -para que ustedes tengan comunión con nosotros- (cf. 1 Jn 1,3).
Siendo estos días propicios para releer el evangelio de la Vida y la Libertad, como religiosos y consagrados en La Merced de Dios podemos observar el imaginario colectivo del tiempo de Jesús: como aquellos grupos sociales que interactúan en torno a la fiesta, la realidad socio-política y económica que refleja la convivencia o la violencia entre varias naciones, los grupos de poder civil y religioso que muestran o aparentan un estilo de autoridad y el gentío que hace de Jerusalén una ciudad multicolor, de comercio multiétnico, de fuerte religiosidad popular, bella en su esplendor arquitectónico, fuerte y amurallada, una tierra privilegiada porque fue elegida por Dios y prometida a los antiguos padres.
Tratando de hacer un poco de reminiscencia, quiero traer a la memoria el recuerdo de mi visita y peregrinación a Jerusalén, como algunos de ustedes que han visitado dicho lugar, podemos decir: ¡cuánta historia, memoria y profecía; cuánto acontecer! ¡Qué bendición de Dios frente al hecho de estar allí con el Señor, visitando Israel y los lugares santos! Cuando hemos pisado Tierra santa, quizás nos hemos descalzado como Moisés en el monte para entrar en diálogo con Dios (Ex 19,3ss); cuando hemos llegado a Nazaret, qué hermoso haber contemplado el misterio como María, la Madre del Redentor, que supo guardar tantas cosas en su corazón hasta exclamar el Magnificat del Reino de Dios (cf. Lc 2,19; 1,46,55); cuando hemos llegado a Belén, en actitud de adoración, seguramente nos hemos inclinado, arrodillado y besado el lugar del nacimiento de Jesús (cf. Mt 2,1) y cuando hemos entrado a la Basílica del Santo Sepulcro habremos meditado y quizás llorado al recordar todo el dolor y el sufrimiento que Jesús experimentó en el camino hacia la cruz (cf. Mt 27,1ss.). Como bautizados y creyentes, como religiosos profesos en la Orden de la Merced, tenemos que llenarnos de alegría al saber que el Señor resucitó al tercer día según las Escrituras (cf. 1 Cor 15,4); por ello, estamos convocados a vivir con espíritu de conversión y solidaridad el presente Triduo Pascual. Les invito a celebrar este tiempo de gracia unidos en la lectura de la Palabra y en la Plegaria eucarística, que la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor nos motiven a renovar nuestra fe, que el Credere en Dios Uno y Trino que tanto necesitamos en el mundo de hoy no se aleje de nuestras vidas, de nuestro carisma y menos de nuestra espiritualidad redentora.
Que el Jueves santo renovemos nuestras promesas porque somos consagrados para el Señor, que el olio bendecido nos perfume cada día y que el Señor de la historia sea nuestra verdadera Alianza hecha Pascua de salvación. Espero que este -Jueves fraterno-sacerdotal- sea un buen motivo para que el mismo Jesús nos invite a comer juntos en la mesa de la amistad, que las noticias del mundo, las redes sociales y los celulares no distraigan nuestros momentos de compartir en comunidad, dejemos a un lado nuestros problemas personales y que los pensamientos negativos no alejen de nosotros el misterio divino.
Procuremos, de manera especial, la visita a nuestros oratorios personales, a nuestras capillas llenas de Merced, a las iglesias en general, para orar frente a Jesús sacramentado, deleitémonos del arte y la belleza de los monumentos eucarísticos y que reine el diálogo entre los hermanos. Que estos días estén dedicados para el silencio y la contemplación, pero también para hablar de la Buena nueva y de la esperanza cristiana, de lo que sucede con -el hijo del carpintero-, -de José y de María-, -el predicador- que sorprende con milagros, -el hombre de la periferia- que dice ser el Hijo de Dios, -aquél que demuestra el conocimiento de las Escrituras-, -el profeta- que habla y discute en la sinagoga y hace visible los signos de salvación.
Hermanos, esforcémonos en comprender el anuncio de la Pasión, la fortaleza y la debilidad del discipulado, así como el momento de la traición, para acompañar a Jesús en la hora límite, la hora de la cruz (Jn 19, 1ss.), ¡no lo abandonemos! ¡no dudemos de su filiación con el Padre! puesto que su entrega y espera angustiante en el huerto de Getsemaní será el momento ejemplar de nuestro atardecer para discernir nuestra perseverancia y enfrentar la oscuridad de nuestra propia vida y la del mundo egoísta que a veces nos envuelve en las tinieblas.
Dios, quien conoce nuestra interioridad nos dé la fuerza y el coraje de seguirlo hasta el final, por ello, espero que el Viernes santo sea un día de profunda meditación pensando en la compasión del Salvador, que la muerte nos haga reflexionar en nuestra finitud, reposemos juntos con el Señor haciendo un poco de silencio ante el bullicio de cada día, descansemos como Dios descansa sin olvidarnos de aquellos que ya han partido de este mundo: amigos, familiares y laicos mercedarios. Recordemos a los religiosos que han fallecido y han pasado a la casa del Padre en los últimos tiempos, recemos por ellos para que sigan reposando en la paz de Dios, como dice el Prefacio I de los difuntos: “En él brilla la esperanza de nuestra feliz resurrección; y así, aunque la certeza de morir nos entristece, nos consuela la promesa de la futura inmortalidad; porque la vida de los que en ti creemos, Señor, no termina, se transforma; y, al deshacerse nuestra morada terrenal, adquirimos una mansión eterna en el cielo”. Por tal motivo, si vivimos, viviremos para el Señor, y si morimos, moriremos para el Señor, porque toda nuestra vida consagrada está configurada y orientada hacia Dios.
Al llegar el Sábado santo pidamos a nuestra Madre de la Merced que nos guíe en su rol materno-espiritual hacia el camino de la Gracia; que la Virgen del Consuelo y de la Soledad nos cuide como buena Madre y nos enseñe a esperar entre el silencio y la oración la grata experiencia de la glorificación de su Hijo. Una vez más, les invito a vivir el “Sábado de gloria” teniendo la oportunidad de reunirnos en familia cristiana para realizar el Via lucis y caminar presurosos hacia los cautivos que necesitan un gesto de redención. Que durante la noche santa de la Vigilia pascual cantemos exultantes el pregón aclamando junto al coro de los ángeles y la asamblea celeste que ¡el Señor ha resucitado! Celebremos y anunciemos con gozo el Domingo de Pascua cantando:
¡Christus vincit, Christus regnat, Christus imperat!
Que Dios los bendiga, en fraternidad y servicio redentor les deseo una serena y santa Pascua de Resurrección en este tiempo de misericordia y gracia jubilar que vivimos al celebrar los 800 Años de la fundación de nuestra Orden.
Roma, Jueves Santo, 29 de marzo del 2018, Año del Jubileo Mercedario.
Fr. Juan Carlos Saavedra Lucho, O. de M.
Maestro general