Memoria
Los 19 religiosos mercedarios de la provincia de Aragón que sufrieron persecución y coronaron sus vidas con la palma del martirio (Mariano Alcalá, Tomás Carbonell, Francisco Gargallo, Manuel Sancho, José Trallero, Jaime Codina, Mariano Pina, Antonio Lahoz, Pedro Esteban, Tomás Campo, Francisco Llagostera, Serapio Sanz, Enrique Morante, Eduardo Massanet, Amancio Marín, Francisco Mitjá, Antonio González, José Reñé y Lorenzo Moreno) pertenecían a las comunidades de Barcelona, Lérida, El Olivar y San Ramón.
No eran desconocedores del ambiente hostil que se iba generando en aquellos años, como lo demuestran expresiones que dejan en las cartas que dirigen a sus familiares. Así el beato José Reñé: Si se nos pasa esta oportunidad, no tendremos otra; el beato Jaime Codina: Qué gran regalo ser mártir y morir por Cristo; y el beato José Trallero: Todo mi deseo sería morir mártir; ¡qué gloria! ¡qué suerte! Es ese ambiente martirial que se vivía en las comunidades religiosas el que explica cómo en medio de las dificultades no hubo deserciones en la fe; y como llegados al momento supremo confesaron el nombre de Cristo.
El papa Pío XI lo expresaba así en su alocución del día 14 de septiembre de 1936:
«Estáis aquí, queridísimos hijos, para decirnos la gran tribulación de que venís (Ap 7,14); tribulación de la que lleváis las señales y huellas visibles en vuestras personas y en vuestras cosas; señales y huellas de la gran batalla de sufrimientos que habéis sostenido, hechos vosotros mismos espectáculo a nuestros ojos y a los del mundo entero (Heb 10,33); desposeídos y despojados de todo, cazados y buscados para daros muerte en las ciudades y en los pueblos, en las habitaciones privadas y en las soledades de los montes.
Venís a decirnos vuestro gozo por haber sido hallado dignos, como los primeros apóstoles, se sufrir por el nombre de Jesús (Hch 5,41). Todo esto es un esplendor de virtudes cristianas y sacerdotales, de heroísmo y de martirio: verdaderos mártires en todo el sagrado y glorioso significado de la palabra, hasta el sacrificio de las víctimas más inocente, de venerables ancianos, de juventudes primaverales, hasta la intrépida generosidad que pide un lugar en el camión y con las víctimas que esperan el verdugo.
¿Y los otros? No queda sino amarles, y amarles con un amor particular de compasión y de misericordia».
El peligro que tienen los mártires es la admiración. Admirar lo que hicieron, valorar su sacrificio y su entrega, y dar vuelta a la página, y olvidarnos de que ellos fueron creyentes y mercedarios como nosotros, llevando una vida similar, quizá de rutina, a veces de monotonía. Que nos separan unos años, unas décadas, o siglos si queremos, pero ellos y nosotros somos iguales. Con el mismo amor a la vida, con las mismas debilidades, con la misma opción y compromiso, y con el mismo destino que es Cristo.
Admirar a los mártires y no comprometernos a ser testigos, es mal aprovechar su vida y su martirio. Es descuidar la fuerza de su intercesión, y es minusvalorar la fuerza del Evangelio que busca crecer incluso en medio de las dificultades y persecuciones, como es capaz la semilla de nacer entre piedra y entre hierbas.
Hoy los mártires son ejemplo de profunda convicción en el Evangelio, como fundamento fuerte, roca sobre la que se construye la casa, la propia vida. Una serena certeza de que solo en Dios es posible encontrar la firmeza que haga que la vida valga la pena porque no se derrumba ante las incomprensiones, y las contrariedades.
Los mártires hablan de fe, que es más que una simple confianza en alguien más fuerte. Hablan de la fe que es donación y entrega de la propia vida en las manos de Dios.
Nos hablan de la certeza de que el Espíritu de Jesús está incluso en las persecuciones. Hay una identificación de los mártires con Jesús. Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán. Tiene el evangelio una radicalidad que deja perplejo. Es difícil entender porqué suscita opositores, cuando el mensaje de Jesús habla de acoger, abrir espacios de comunión y de vida, de generosidad y de donación. Y, sin embargo, hay quien es incapaz de recibirlo, y quien también lo rechaza.
Los mártires sufren, y se asemejan al maestro; pero también son camino concreto de fortaleza. No nos fijamos en su sufrimiento, sino en su capacidad de entrega. No son importantes sus heridas, sino su amor. No podemos despistarnos pensando en el malvado que arranca la vida, sino en el mártir que la da generosamente por amor. No son recuerdo de odios, sino de perdón y de misericordia. No buscan la venganza, sino la reconciliación en el amor.
Oremos
Por los cristianos perseguidos para que en medio de las dificultades perseveren en la fe y den testimonio de Cristo, salvador de la humanidad.
Por la Orden de la Merced fundada para la defensa de la fe de los cautivos incluso con la ofrenda de la vida de sus religiosos para que esté atenta a los hermanos que sufren persecución por el nombre de Cristo, ofreciéndose como moneda de rescate
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